No te juzgo
Una noche en París un joven guitarrista sale
del bar tan concurrido donde usualmente se presenta con su grupo tras una
fuerte discusión con el dueño del bar donde trabajaba, porque éste le dijo: lo
siento pero tu música ya no gusta, necesita un cambio. Con guitarra en mano,
con ira y sin sentido; camina mientras el viento y llovizna empapan su rostro,
se sienta en una de las ásperas y húmedas aceras de piedra y empieza a tocar, (única
cosa que hace bien según él), el sonido más tenue y hermoso de algo que no fue
valorado.
Analía, una bella, sobreprotegida y prestigiosa integrante de la
sinfónica de Nueva York había realizado un gran recital en el famoso teatro
“Ópera” de París. Al salir, caminando por las calles “frías” de la ciudad luz, escuchó el sonido de una
música excepcional que la llevó a él. No es sólo una historia en que se miran a
los ojos y se enamoran, es algo más allá que hace que dos seres humanos
encuentren un sonido a su vida.
Él siguió tocando, Analía silenciosamente se sentó a su lado y percibió
esa hermosa melodía tan diferente a lo que usualmente solía escuchar. Y así, se
conocieron, esa noche, fría, lluviosa, tan noche parisina. Caminaron, rieron,
juguetearon, como si se hubieran conocido hacía muchos años atrás. Esa misma
noche, después de haber sido simplemente ellos, sin tiempo alguno; se
dirigieron al apartamento que compartía con un par de amigos.
Al amanecer, despertaron por un gran “flash” de una cámara instantánea
tomada por uno de los amigos de él, ella semidesnuda se levantó avergonzada y
echó a correr. Sí, él intentó que se quedara; pero Analía sabía que a veces uno
simplemente debe seguir su camino sin pensar en el “que hubiera… ” por temor a
equivocarse. ¿Quizás fue cobardía?, es probable pero hizo que esa noche fuese
inolvidable.
Ella viajó al día siguiente a cumplir con su gira alrededor del mundo y sin
sentirlo transcurrió su monótona vida; hasta que se percató que en ella algo
andaba mal. Es así en que se dio cuenta que se encontraba embarazada. Atónita,
sorprendida, avergonzada exclama ¡un hijo!, un hijo de aquel músico que conoció
en aquella fabulosa, incomparable y única noche pero sólo una noche. Pasa el
tiempo y llega Jean Paul a su vida, un hermoso niño fruto de un tan vivido
momento.
Pasan los años y con un gran desprendimiento de egoísmo decide ir a
buscarlo. Vuelve a Paris, al edificio donde estuvo sólo aquella vez,
encontrándose con el amigo de él. Su amigo me contó que una vez que me fui, él
viajó a Nueva York con sólo una foto en mano a buscarme, pero todo fue en vano,
me dijo: lo siento, pero lamentablemente hubo un accidente y él…murió.
Y es
que a veces es simplemente bello sentir que esa noche será valiosa y única. Y
es que a veces sin reproches es hacer algo tuyo, tan nuestro que quedará conservado
esta vez en otro rostro…en otros ojos.
A veces es fácil rendirse, dar media vuelta y hacer que
algo nunca pasó, por temor, cobardía y simplemente no darnos cuenta que la vida
se trata de eso, equivocarnos.
En la vida siempre habrán problemas, el quid está en
valorar los errores, en tratar de lidiar con ellos, equivocarnos, levantarnos y
sin voltear aprender y seguir caminando, sonríanle a la vida y es el momento de darnos cuenta que
las cosas que hacen NO SON para alguien ni para el que dirán.
Simplemente escuchen, sientan el sonido que los llevará
a ser las personas que merecen ser.
Joyce Infante Silva.